I. El estado y la articulación de los intereses de las mujeres
Una mirada cuidadosa a la estructura del Estado revela que existe una relación compleja entre las relaciones de género y la dinámica estatal. El género está presente en todas las dimensiones de la vida, dentro y fuera del Estado. De esta manera podemos afirmar que el Estado como institución forma parte de una estructura social de mayor amplitud en lo que a relaciones de género se refiere.
Igualmente el Estado es teórica y empíricamente complejo. Por ello, para los efectos de este ensayo entendemos al Estado más como un proceso que como un objeto. Esto implica tomar en cuenta que el Estado incluye gobierno central, gobiernos locales y en general el aparato institucional que hace posible la regulación, así como los procesos internos de coordinación que le dan cierto nivel de coherencia. Admitir la complejidad nos permite entender los desfases y contradicciones que han resultado de los esfuerzos por alcanzar avances en el status social de las mujeres.
Cada uno de estos niveles son en sí mismos "arenas" o foros discursivos donde participan los diversos grupos en un esfuerzo por hacer valer sus posiciones e intereses. En cada nivel se va dando forma a un cúmulo de prácticas y discursos que juntos constituyen lo que reconocemos como el Estado. Sin embargo, la capacidad de los grupos para articular sus intereses y sus demandas tiene frecuentemente resultados que son discontinuos y fragmentados en tanto los avances no son lineales ni se logran en la totalidad de los niveles mencionados.
El triunfo de las posiciones no está dado tan solo por la capacidad de interlocución de los grupos, sino también depende en buen grado de aspectos procedimentales, pues el Estado abre o cierra espacios de debate en relación con unos u otros temas y legitima o deslegitima a ciertos grupos como actores válidos en las diferentes arenas.
Cuando hablamos de "mujeres" no pretendemos calificar a un grupo indiferenciado de personas que dentro de las "arenas políticas" comparten los mismos intereses. Estos difieren en tanto cada mujer ocupa una posición en el engranaje social que determina sus intereses en función de sus inclinaciones personales, de la clase social a la que pertenece, su origen étnico, raza o grupo etario.
Alguna literatura que se ha desarrollado alrededor de la temática de género apunta la importancia de distinguir entre acciones que responden a intereses prácticos y acciones que se desarrollan a partir de los intereses estratégicos de las mujeres (2). La distinción el útil para la elaboración de políticas y propuestas. En el marco de los intereses prácticos de género se hace posible adecuar las políticas a la realidad sociocultural de las mujeres: grupo ocupacional, clase, raza, origen étnico y otros criterios de diferenciación social. Por su parte, los intereses estratégicos enfatizan la posición que comparten todas las mujeres frente a los hombres y apuntan a incidir sobre la desigualdad en la balanza de poder entre unas y otros. Las acciones que se inspiran en los intereses estratégicos de género consideran como fin último el mejoramiento de la posición de las mujeres en nuestra sociedad y procuran primordialmente políticas de empoderamiento que hagan sostenible la instrumentación de la acción.
A pesar de su utilidad, la distinción se debe aplicar con cuidado, procurando no caer en una práctica reduccionista que equipare intereses y necesidades, estas últimas más palpables y fáciles de aprehender. Las normas meramente proteccionistas no atentan contra el orden patriarcal, responden únicamente a necesidades imperantes y encuentan allí el límite de su impacto. Por el contrario, la legislación de igualdad formal y de igualdad real buscan incidir sobre el estado actual de la balanza de poder en nuestras sociedades.
Cuando se trata de la regulación de las relaciones de género la insistente promulgación de legislación de naturaleza proteccionista o asistencialista puede tener efectos perversos sobre las mujeres, pues las coloca nuevamente en la agenda como sujetos pasivos, meras beneficiarias de las acciones y no como actoras de su propio destino.
A continuación mostramos algunos puntos de relieve en relación con la experiencia de los grupos de mujeres en la arena legislativa en Costa Rica, pero nos interesa subrayar que el éxito o fracaso de las propuestas en este campo no son en sí mismas una garantía de resultados.
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