La Tradición ha
utilizado, en la asignación de los nombres a los
Símbolos, los mismos nombres, utilizados en la
vida corriente, para identificar conceptos que,
con los Símbolos, tienen algo en común. Se
trata de transposiciones analógicas, a veces de
grande amplitud y libertad, con la finalidad de
proponer modos de ser perceptibles en la
conciencia pero indescribibles con las palabras. En las relaciones con el
Macrocosmos, el Microcosmos muy a menudo percibe Fuerzas que emanan de aquél y que
se presentan bajo Formas particulares. En analogía
con las Fuerzas y las Formas (análogas ellas
mismas), atribuídas a los Dioses del Olimpo, se
proponen, tradicionalmente, siete Símbolos, que
tienen el mismo nombre de Dioses y cuerpos
celestes. Estos símbolos son llamados Planetas.
El Microcosmos
percibe, en el propio interno, otras fuerzas que
tienen formas propias. Se trata de fuerzas
difícilmente controlables, a veces padecidas
pero también generadas, que se presentan a
nuestra conciencia generalmente como
imperfecciones. La característica, típica, de
tales fuerzas es esa de ser transformables, sin
que por esto sean amorfas. Por analogía con la
realidad exterior, estas fuerzas han sido
llamadas, simbólicamente, Metales. Estos,
tradicionalmente, son siete.
Los siete Metales son corrispectivos a los
siete Planetas.
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