DR. OSCAR ARIAS SÁNCHEZ

Centro para el Progreso Humano de la Fundación Arias
Embajada de los Países Bajos en Costa Rica
Reunión de directores de proyectos de desarrollo rural
9 de marzo de 1998

Palabras del doctor Oscar Arias

Union Mundial para la Naturaleza

Amigas y amigos:

Es para mí un honor y una gran satisfacción participar en este encuentro de directores de programas y proyectos centroamericanos de desarrollo rural. Esta reunión, resultado de una iniciativa de la Unión Mundial de la Naturaleza y del Centro para el Progreso Humano de la Fundación Arias, dirigido por la licenciada Ana Elena Badilla, y auspiciada generosamente por la cooperación holandesa para el desarrollo, cumple de manera cabal con la misión que nos propusimos al crear nuestra Fundación: contribuir a consolidar en Centroamérica sociedades democráticas, justas y pacíficas.

Agradezco sinceramente la valiosa presencia de cada uno de ustedes, y aprovecho la oportunidad para reiterar nuestro profundo reconocimiento por la gran colaboración que la Embajada de los Países Bajos y las instancias holandesas de la cooperación han dado, a lo largo de varios años, a los programas y proyectos de la Fundación Arias y de otras organizaciones no gubernamentales de Centroamérica.

Hace siete meses, conmemoramos en Guatemala el décimo aniversario de los acuerdos de Esquipulas. Hace dos semanas, la Fundación Arias cumplió diez años de existencia. Una cosa llevó a la otra. La idea de establecer una fundación como esta surgió al calor y fue consecuencia de aquellos acuerdos de paz y democratización, adoptados por los presidentes centroamericanos con el propósito de poner fin a muchos años de dictadura y violencia en la región. De acuerdo con el espíritu que la creó, la Fundación vendría a poner su grano de arena en un proceso cuyos resultados a mediano y largo plazos eran todavía inciertos. Inciertos, gracias, entre otras cosas, al pesimismo de muchos, para quienes la historia parecía haber condenado a los pueblos centroamericanos a la pobreza y a la violencia.

No lo compartíamos, pero sabíamos que ese pesimismo podría resultar finalmente justificado si la agenda social de Esquipulas no se ponía rápidamente en ejecución. Al pesimismo ajeno opusimos el optimismo propio y, por ello, creamos la Fundación y llamamos a las demás organizaciones de la sociedad civil a mantenerse vigilantes para evitar que los gobiernos centroamericanos y la comunidad internacional se concentraran exclusivamente en el cumplimiento de los aspectos políticos y militares de los acuerdos de Esquipulas. Por supuesto, poner fin a los enfrentamientos militares y detener el baño de sangre era prioritario. Pero teníamos la certeza de que los avances hacia la pacificación y la democratización serían limitados, e incluso reversibles, si las sociedades centroamericanas no se abocaban de inmediato, con la mayor colaboración posible de la cooperación internacional, a resolver los problemas de explotación, pobreza y desigualdad. Estos problemas se hallaban en la raíz de los conflictos que tratábamos de finiquitar. Eran, probablemente, el factor que más había contribuido a exacerbarlos. Por lo tanto, su solución no podía esperar hasta que el proceso de pacificación --que no concluiría sino un decenio después con el fin de la guerra civil de Guatemala-- se hubiera completado.

En nuestra percepción, no solamente es necesario propiciar en Centroamérica la desmilitarización de nuestras sociedades y la adopción de mecanismos electorales pluralistas y confiables. Es urgente llevar a cabo transformaciones profundas, que garanticen la participación de todos los sectores de la sociedad en la toma de decisiones, así como la igualdad jurídica y la igualdad de oportunidades entre los individuos. Esta percepción es el marco que da origen a la Fundación Arias y el que justifica que uno de nuestros programas más importantes lleve el título de Centro para el Progreso Humano. En este Centro, se pone un énfasis fundamental en el tema de la equidad jurídica, política, social y económica como meta para el logro de la paz, la estabilidad y la democracia. En este Centro se trabaja desde una perspectiva que, por principio, define las iniquidades como atentatorias contra el progreso humano. Especial atención se ha puesto en el tema de las iniquidades de género, cuyos efectos negativos alcanzan por lo menos a la mitad de la población centroamericana.

Sostenemos que no habrá paz permanente ni democracia estable mientras exista la desigualdad. Esto se aplica a las desigualdades que atentan contra cualquier minoría étnica, social o política. Con más razón, debe aplicarse a una desigualdad que ofende a una mayoría, en este caso la población femenina y, junto con ella, a una gran parte de la población masculina, representada por miles, tal vez millones de niños que dependen, para su protección, su subsistencia y su educación, de las mujeres. En una elevadísima proporción, los hogares centroamericanos tienen como cabeza, y como único proveedor, a una mujer.

Así, pues, no concebimos una verdadera construcción de la paz, ni una auténtica democratización, mientras no se desmantele una de las formas más perniciosas de dominación y explotación: las que ejerce un género sobre el otro. Y conviene expresarlo de este modo, por cuanto es irrelevante cuál es el género que explota y cuál es el explotado. En la hipótesis de que existiera una sociedad en la que los papeles de los géneros en el binomio explotador-explotado estuviesen invertidos, la situación sería la misma; nuestro planteamiento sería idéntico. Puestos en la perspectiva masculina, es probable que experimentemos la tentación de tomar partido en lo que incorrectamente algunos llaman la guerra de los géneros; pero, como lo que nos interesa es el futuro de nuestros descendientes y, en general, el futuro de la humanidad, ¿no será suficiente con recordarnos a nosotros mismos que, con toda certeza, en el cortísimo plazo de dos o tres generaciones la mitad de nuestros descendientes serán mujeres y la otra mitad serán hombres? Tal vez sería más fácil tomar en cuenta que, salvo que algún extremado refinamiento teológico proponga lo contrario, la pertenencia a uno de los dos géneros es, no sólo accidental, sino también estrictamente temporal. Si consideramos las expectativas de vida que nos conceden las estadísticas de nuestros países, nadie en este recinto podría asegurar que dentro de cien años continuará siendo hombre o siendo mujer.

Como ustedes deben imaginarlo, desconfío profundamente del nacionalismo excluyente, eso que solemos llamar chovinismo. Sin embargo, puedo conceder que hay una lógica, que desde luego puede resultar pervertida por los demagogos, en esmerarse por heredar a la descendencia una patria, una identidad, una religión y una cultura. Pero escapa totalmente a mi comprensión el chovinismo de género, no importa en qué dirección se manifieste. Para comprender una actitud chovinista en cuanto al género, tendría que comprender antes a un padre que quisiera que una mitad de su descendencia fuera de amos y la otra mitad fuera de esclavos.

La realidad es que, como lo señalaba el Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Humano de 1995, no existe en el mundo una sola colectividad y casi ninguna institución en la que mujeres y hombres disfruten una verdadera igualdad de oportunidades. En los tugurios de las grandes ciudades, en las aldeas de los países pobres, en los suburbios de las naciones industrializadas, en las juntas directivas de instituciones estatales, en los consejos de administración de grandes empresas, en los parlamentos, en los gobiernos y aun en las organizaciones internacionales -incluida la de las Naciones Unidas-, la igualdad entre los géneros sigue siendo, cuando más, una declaración de principio.

La discriminación de la mujer puede ser enunciada desde diversas perspectivas.

Como violencia. Violencia política, económica, patrimonial, física, sexual y psicológica. Violencia ejercida por la familia, la comunidad y el Estado.

Como desigualdad. En el empleo, en la atención de la salud, en el acceso a la educación y en la calidad y pertinencia de esa educación. Desigualdad en las oportunidades económicas, políticas, laborales y salariales.

Como represión. Represión del derecho de la mujer a decidir sobre su propia vida. Represión del derecho de la mujer a escoger sus opciones reproductivas y a disponer libremente sobre su sexualidad.

La mujer, víctima de la violencia, la desigualdad y la represión, es, además, objeto de una discriminación más insidiosa: la pobreza.

  • Hoy, más de 1.300 millones de personas viven en la pobreza extrema.

  • Cada día mueren 34.000 niños como consecuencia de la desnutrición

  • Cerca de 1.500 millones de personas no tienen acceso a los servicios de salud.

  • 1.300 millones de personas no disponen de servicio de agua potable.

  • 2.300 millones de seres humanos carecen de instalaciones sanitarias mínimas.

  • 11 millones de personas mueren cada año como consecuencia de enfermedades infecciosas y parasitarias.

  • En el mundo hay casi 1.000 millones de analfabetos.

Y, dentro de ese cúmulo de carencias, la gran mayoría de las víctimas son mujeres.

Por otra parte, pese a las perspectivas de paz abiertas gracias a los cambios políticos ocurridos en el mundo en la última década, el flagelo de la guerra -guerra civil y guerra internacional- sigue azotando a la humanidad. Dado el alcance masivo de las armas modernas, y a causa de su uso indiscriminado, el 90% de las víctimas directas de la guerra son civiles, y entre estas los más vulnerables resultan ser los niños, los ancianos y las mujeres. Las mayores atrocidades físicas, morales y psicológicas de las guerras, antiguas y modernas, fueron y son sufridas por las mujeres. Lo cual constituye una siniestra ironía, pues la guerra, como perversión de la política que es, ha ocurrido casi siempre como resultado de decisiones tomadas por hombres, en sociedades en las que la participación política de la mujer es inexistente o muy limitada.

El conjunto de los datos aportados por el mencionado informe del PNUD, es impresionante y aleccionador. Se señala, por ejemplo, que más de la mitad del trabajo que se realiza en el mundo es ejecutado por mujeres. Del total del trabajo que realizan los hombres, tres cuartas partes son remuneradas, mientras que, del trabajo realizado por las mujeres, solamente un tercio se remunera. Esto evidencia que la repartición del trabajo entre los géneros se produce dentro de un ignominioso cuadro de explotación de la mujer.

He venido pregonando que la educación es uno de los instrumentos más eficaces en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Sostengo la tesis de que nuestros países deben hacer todos los sacrificios que sean necesarios para modernizar los sistemas educativos y convertirlos en el arma fundamental en la lucha por el desarrollo humano. Pero ese esfuerzo prioritario debe orientarse de manera que favorezca principalmente a los más desprotegidos y, por ello, tiene que contemplar especialmente las necesidades educativas de la mujer. En el pasado, fueron precisamente los sistemas educativos los que, diseñados entre otras cosas para justificar la discriminación económica, política y cultural de la mujer, funcionaron con notable eficacia en su misión de educar a las mujeres para que no desplegaran todas sus potencialidades. En nuestra civilización, todas las instancias educativas, y no solo la escuela o el colegio, parecieran organizadas para contribuir a que se prive a la especie humana del talento y de las habilidades de la gran mayoría de las mujeres.

Tenemos derecho a sospechar que las cosas no andan bien en nuestro planeta porque hemos dejado que prospere esta dimensión oscura de la educación, porque el recto manejo de la vida, de la riqueza material y del esplendor espiritual que la humanidad tiene prometidos, no será posible mientras todas las civilizaciones no integren plenamente el aporte de la mujer.

El reto no consiste sólo en educar a la mujer, sino también en educarla para su realización, y no para su sujeción. Dondequiera que pongamos los ojos en el planeta, el primer grupo que se descubre ayuno de oportunidades, es esa minoría mayoritaria: la mujer. Por lo tanto, es valorizando a la mujer como debemos iniciar la recuperación de la humanidad de ese empobrecimiento absoluto que significa la ignorancia.

Estas son, en síntesis, las razones por las cuales es atinado que las entidades cooperadoras con los proyectos de desarrollo rural estimulen, soliciten, y hasta exijan, la incorporación de la perspectiva de género a dichos proyectos. Mala contribución al desarrollo humano harían esas entidades si permitieran que sus contribuciones fueran utilizadas en proyectos que, por acción o por omisión, tendieran a perpetuar condiciones de desigualdad o de explotación. Este argumento es perfectamente comparable al que hemos utilizado para proponer que la ayuda para el desarrollo ofrecida a los países menos desarrollados se condicione a que los gobiernos de esos países dediquen a la educación y la salud, una proporción de sus presupuestos mucho mayor que el gasto militar.

Esta perspectiva de género es especialmente importante en relación con el desarrollo del sector rural. En centroamérica, como en la mayor parte del mundo en vías de desarrollo, las peores condiciones de pobreza y desigualdad se dan en las áreas rurales. Y, desde luego, es ahí donde más se agudiza la asimetría entre los papeles de los géneros.

Amigas y amigos:

Hace veintiséis años, en un artículo juvenil que dediqué a don Miguel de Unamuno, escribí los siguientes párrafos, con los que deseo concluir esta intervención:

"Para muchos la superioridad del sexo masculino es un hecho incontrovertible. Nuestra civilización ha sido increíblemente perjudicada por la exaltación de un mal comprendido 'machismo'. Este machismo parece tener carácter de ley absoluta. En muchos casos son los hombres los culpables de que sus compañeras se mantengan fuera de las esferas del saber y totalmente marginadas de la vida intelectual y espiritual. Creen estos señores que el único lugar de una mujer es su hogar y por ello, reprimen cualquier intento de superación o emancipación de esta. Restringen toda pretensión que conduzca a un mayor desarrollo de la individualidad de la mujer, y más bien exaltan su superficialidad y frivolidad."

"... la mujer ha permanecido marginada en un mundo en el cual todas las leyes, los valores y los prejuicios le han sido dados. Se le ha hecho creer que la inacción es sinónimo de felicidad y la sumisión sinónimo de fidelidad. Los resultados no han podido ser peores. Si el poder masculino fue ilimitado en el pasado, el presente nos muestra cambios radicales y profundos. Sin embargo, no es suficiente abrir a las mujeres los diversos campos de la cultura que hasta ahora le han permanecido herméticos. Es necesario, fundamentalmente, ofrecerles el respeto y las oportunidades que les permitan hacer efectivos los conocimientos adquiridos ... En el complemento del hombre y la mujer, en su respeto mutuo y en su libertad, descansa el mundo del futuro, un mundo que todos anhelamos mejor."

Sólo deseo agregar que en el tiempo transcurrido desde entonces, se han alcanzado muchos logros en el largo camino hacia la igualdad de los géneros. Pero no son todavía suficientes como para sentir que estos párrafos han perdido actualidad.

Muchas gracias.

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